miércoles, 10 de noviembre de 2010

Formato y medio

LOS ESCRITOS DEL PASADO, LOS ARCHIVOS DEL PRESENTE. ¿PODRÁN CONOCER NUESTRO LEGADO DIGITAL LOS ARQUEÓLOGOS DEL FUTURO?


Miguel Arias S.

En una ocasión recibí de Laureano Márquez —el conocido humorista venezolano— el libro “El Código Bochinche” y, como en todas las ocasiones que he tenido la suerte de recibir una obra de manos de su autor, le pedí escribiese una dedicatoria. Para mi sorpresa, en lugar de tomar el bolígrafo que le ofrecí, sacó un lápiz y comentó: “...el grafito de los lápices es más duradero que la tinta...” a lo que respondí: “¿En serio?”

Ese día me pregunté si esto era cierto, pero mis dudas me llevaron a preguntarme no sólo cuánto tiempo puede sobrevivir la firma en lápiz, sino el libro, nuestras ideas, nuestro legado. Pocos días después descubrí que no soy el único en hacerse estas interrogantes.

Nadie imagina la cantidad de obras producto de sabe Dios cuántas civilizaciones se han perdido para siempre sin dejar rastro, y presiento que también corremos hoy día el mismo peligro, justo ahora mientras conversamos.

Volcando mi inquietud en Internet lo primero que encuentro es algo que no debió haberme sorprendido: el proyecto Planetas, que no es de ninguna editorial ni tiene que ver con ValeTV, la serie Viaje a las Estrellas, la película Día de Independencia ni con Laureano. Planetas es una propuesta de varios investigadores europeos que depositaron en un búnker secreto de los Alpes suizos un “genoma digital” que servirá de modelo a las generaciones futuras para leer los datos almacenados con tecnología obsoleta, o sea la actual. Es como una “cápsula del tiempo” depositada al final de un laberinto de túneles y cinco zonas de seguridad en una cámara acorazada, cerca de las pistas de esquí de Gstaad. Los planes son que ahí permanezca por los próximos 25 años. Apenas 25 años. Según un artículo en laflecha.net “Ya se han creado alrededor de 100 gigas de datos —el equivalente a 24 toneladas de libros— por cada individuo del planeta, que van desde las fotos de las vacaciones hasta los registros sanitarios, (…) esto equivale a más de un trillón de CDs con datos.”

“La información de un libro está siempre a mano, pero aunque un CD o DVD puede durar unos 20 años, nada nos garantiza que existan los equipos para poder reproducir los medios digitales mencionados llegado el momento.” Luego el artículo remata con esta perla: “Mientras los avances tecnológicos ayudan a las personas a vivir más tiempo, el periodo de la tecnología se acorta, lo que supone que la Unión Europea pierde activos de información digital por valor de al menos 3 billones de euros al año...”

Reflexionando acerca del tema viene a mi mente una película con la que ocasionalmente me tropiezo dentro de la omnicomplaciente programación de SuperCable: La Máquina del Tiempo, basada en la novela homónima de H. G. Wells, en la que un científico del siglo XIX viaja al año 802.701, punto en el cual se encuentra con una sociedad hedonista que disfruta un mundo idílico, en el que bibliotecas abandonadas llenas de libros hechos polvo son el único vestigio de una civilización sin pasado y sin respuestas. Respuestas que finalmente encuentra en unos curiosos anillos que “hablan” cuando se les hace girar sobre una mesa, pero que no aportan nada nuevo como tecnología duradera.

Entonces, ¿podrá alguien dentro de cinco mil años leer este artículo? ¿Dentro de mil o de quizás cien años? En mi casa conservo libros que tienen cerca de un siglo y aún están en muy buen estado pero, aunque hay escritos considerablemente anteriores, el libro impreso más antiguo que existe es “El Sutra del Diamante”, de origen chino, y cuya edad ha podido estimarse en 1142 años, lo que ni siquiera se aproxima a la durabilidad de las tablillas de escritura cuneiforme que podemos apreciar en el museo Británico y que fueron creadas en barro hace más de 5000 años. ¿Han tenido estas tablillas, legado de la civilización Sumeria, mejor oportunidad de perdurar que la que podrán tener, por ejemplo, los libros de Stephen King?

Hay que tener algo claro, apartando los cuidados que le doy a mi pequeña colección de libros, todos los casos citados son excepcionales: ejemplares únicos mantenidos en bibliotecas o institutos especializados bajo condiciones especiales. La realidad contemporánea la revela en su blog “El Vino y la Hiel” el escritor Agustín Cadena: “...por la calidad de los papeles y encuadernaciones que emplea hoy la industria editorial, el promedio de vida de un libro en edición de bolsillo es de 30 años. Las ediciones de pasta dura podrían durar algunas décadas más.”

Ahora en cuanto a la conservación de imágenes, muchos mantenemos antiquísimas fotos en el álbum familiar que prometen durar para siempre, al igual que las viejas películas de cine casero que, aunque de poca duración, han resultado razonablemente duraderas. Pero hoy casi nadie usa cámaras que no sean digitales.

Atrás quedaron las cintas del formato Betamax y pronto les seguirán las de VHS. Igual ocurre con los documentos guardados en los prehistóricos disquetes de 8 pulgadas de los setenta, los menos olvidados 5¼ que usa la computadora de la estación Swan de la serie Lost y los ya casi extintos disquetes de 3½.

Entonces, ¿cómo sobrevivirá nuestro legado cultural? Pues yo creo que como lo ha hecho hasta ahora, en bibliotecas, muchas y redundantes. La biblioteca nacional de cada país exige, como lo hacía la de Alejandría hace tantos siglos, que cada obra que se distribuya, cuente con al menos una copia en sus archivos. El famoso “depósito legal”.

En lo personal, mis textos y archivos importantes, más allá de respaldarlos en los efímeros CDs o DVDs, los mantengo en un disco duro virtual, aunque de capacidad muy limitada, como Google Documents, o simplemente me los envío a mi cuenta de correo y ruego porque Hotmail y Google sobrevivan más allá de lo previsto.

Poco tiempo después, durante una suplencia que hice a un compañero de la estación de radio en que trabajo, coincido de nuevo con Laureano Márquez. Terminado el programa espero la oportunidad para comentarle mis hallazgos, momento en el cual mis compañeros le piden a Laureano la dedicatoria en los libros que en esta oportunidad entregaba.

- Veo que ya no escribes las dedicatorias en lápiz —comento mientras él estampaba su firma en un ejemplar.

- ¡Oye no! —contesta entusiasmado por la observación, y antes de permitirme reaccionar agregó: ¿Sabías que la tinta se inventó hace más de 2500 años y el grafito apenas en el siglo XVII?

Y luego de tanto preparar mi réplica, lo único que pude responder fue: ¿en serio?

articulo publicado en la edición de agosto/2010 en la columna "El Electrodo" de la revista "Entertainment" de Supercable

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te recomiendo ver el documental: EL mundo sin humanos, de history channel... puedes conseguirlo en youtube, va muy de acuerdo con lo que escribes...

Saludos desde Maracaibo, Venezuela