sábado, 18 de diciembre de 2010

Un millón de amigos

¿CUÁN SEGURAS SON LAS REDES SOCIALES PARA QUIEN NO QUIERE CANTAR SOLITO?


A menos que vivas en un submarino, en una remota región lejos de la civilización o seas un ermitaño, debes al menos haber escuchado hablar de las redes sociales. Facebook, MySpace, Linkedin, Friendster, Hi5 e incluso Twitter son algunas de las más de cien redes sociales disponibles para contactar viejas amistades o hacer nuevas.

Aunque al principio reticente, abrí un perfil en Facebook, un servicio gratuito en el cual el único requisito es tener una cuenta de correo electrónico. A grandes rasgos éste ofrece dos servicios: los grupos y páginas, que reúnen gente con intereses comunes; y las listas de amigos en las que el usuario puede agregar a cualquier persona registrada siempre y cuando ésta acepte. Aunque los grupos pueden tener cualquier cantidad de miembros, las listas de amigos tienen un límite, que en nada se parece a aquella canción que cantaba el brasileño Roberto Carlos: “Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”. En Facebook las cuentas personales admiten un máximo de cinco mil contactos.

Claro que la canción de Roberto Carlos no advertía acerca de que cuando uno acepta los términos y condiciones de estos “servicios de amigos” les estamos cediendo los derechos de los contenidos que compartimos bajo la figura de una “licencia no exclusiva, transferible, con posibilidad de ser sub-otorgada, sin royalties, aplicable globalmente, para utilizar cualquier contenido de Propiedad Intelectual que publiques en Facebook o en conexión con Facebook, de modo no exclusivo, a perpetuidad. En caso de pataleo, nos acogemos a la jurisdicción de los tribunales del condado de Santa Clara, California, o sea los tribunales de sus propietarios.

La canción también decía “pero no quiero cantar solito, yo quiero un coro de pajaritos”. Pues pajarito es lo que sigue. Twitter (del inglés: gorjear, parlotear, trinar) es un servicio de microblogging que, al igual que el servicio de nuestros amigos de Santa Clara, California, requiere del usuario una dirección de correo electrónico para registrarse. En Twitter la moneda de cambio y único formato son mensajes —o tweets— que se pueden enviar o recibir y que no pueden tener más de 140 caracteres. Todo tweet que se envía es recibido por las personas que lo siguen a uno, y al mismo tiempo uno recibe todos los mensajes de las personas a las cuales sigue.

Al igual que en Facebook se pueden compartir enlaces con imágenes y videos, pero a diferencia de este último no hay limite en cuanto al número de seguidores que se puede tener. Podemos ser seguidos por todos los usuarios del mundo. O sea: aquí sí podemos tener “un millón de amigos”. Y muchos de los que en Twitter tienen un millón de amigos, cantan…

Al momento de escribir estas líneas Britney Spears es la persona con más seguidores, 5.456.704, y si no nos ponemos muy exigentes se puede decir que Britney canta. A esta pintoresca señorita le sigue una larga lista de celebridades con cifras de seguidores gradualmente decreciente: cantantes, políticos, revistas y empresas. Finalmente en el puesto número 30 encontramos a la primera latina, Shakira, con más de 3.325.000. Sí señor, ¡el sueño de Roberto Carlos! Un lugar donde se puede tener un millón de amigos.

Eso sí, en la vida hay impostores, embaucadores, estafadores y toda clase de bichos de uña buscando aprovechar las oportunidades, y las redes sociales no son la excepción. Por ello es importante hacer mención de los riesgos de pertenecer a una red que nos permita tener un millón de amigos o seguidores. Y con el ánimo de no espantar al lector de su uso voy a compartir una información que publicó @Alyssa_Milano (sí, la Phoebe Halliwell de Charmed) en Twitter: “Las 10 Cosas Que No Debes Compartir En Una Red Social” que Alyssa tomó del sitio www.howstuffworks.com y que dice más o menos algo así:

10- Conversaciones personales. El buen juicio debe indicarnos qué se puede y qué no se debe escribir en el muro de alguien más. Si una persona te envía un mensaje privado, ten la cortesía de responder por el mismo medio.

9- Eventos sociales. A menos que pretendas invitar a todas las personas que están conectadas, es mejor no compartir los planes para organizar una fiesta o esa salida a la casa de fulanito. Recuerda que hay aspectos de seguridad envueltos en el tema; desde ex-novios celosos hasta antisociales oportunistas.

8- Enlaces a otros perfiles. El 51% de los usuarios de redes sociales dice tener más de un perfil entre las existentes. Un inocente comentario en Twitter puede no ser tan inofensivo si se hace en Linkedin, una red social orientada a los negocios, o Myspace, especialmente si las cuentas están enlazadas entre sí.

7- Información comercial sensible. Muchas compañías bloquean las redes sociales en el trabajo por temor a que alguna información potencialmente perjudicial quede expuesta.

6- Fotos de los niños. Si formas parte del 40% de personas que tienen un perfil que cualquiera pueda ver, no expongas a los niños a los eventuales riesgos que esto implica.

5- Dirección y número telefónico; 4- Información financiera personal; 3- Contraseñas. Estas tres se resumen en: “Si revelas algunos de estos datos en un perfil público, los inconvenientes que puedas tener van a ser en gran medida culpa tuya.” La versión menos diplomática sería: “No hagas esto, no seas idiota.”

2- Preguntas secretas. No hagas públicas las respuestas a las potenciales preguntas de seguridad de tus cuentas de correo y sitios web.

1- Todo aquello que no quieras compartir. Recuerda que una vez que algo circula en la red escapa para siempre de tu control.

De modo que si quieres tener un millón de amigos cualquier red social puede funcionar para ti, siempre que tomes las precauciones para tener la relativa certeza de que compartes tus contenidos con las personas que deseas. Y los que se preguntan por Roberto Carlos Braga en este asunto de las redes sociales, no piensen que me he olvidado de él. Pueden visitar su perfil en Twitter, @siteoficialrc en el que apenas tiene... 8.553 amigos.


articulo publicado en la edición de septiembre/2010 en la columna "El Electrodo" de la revista "Entertainment" de Supercable

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Formato y medio

LOS ESCRITOS DEL PASADO, LOS ARCHIVOS DEL PRESENTE. ¿PODRÁN CONOCER NUESTRO LEGADO DIGITAL LOS ARQUEÓLOGOS DEL FUTURO?


Miguel Arias S.

En una ocasión recibí de Laureano Márquez —el conocido humorista venezolano— el libro “El Código Bochinche” y, como en todas las ocasiones que he tenido la suerte de recibir una obra de manos de su autor, le pedí escribiese una dedicatoria. Para mi sorpresa, en lugar de tomar el bolígrafo que le ofrecí, sacó un lápiz y comentó: “...el grafito de los lápices es más duradero que la tinta...” a lo que respondí: “¿En serio?”

Ese día me pregunté si esto era cierto, pero mis dudas me llevaron a preguntarme no sólo cuánto tiempo puede sobrevivir la firma en lápiz, sino el libro, nuestras ideas, nuestro legado. Pocos días después descubrí que no soy el único en hacerse estas interrogantes.

Nadie imagina la cantidad de obras producto de sabe Dios cuántas civilizaciones se han perdido para siempre sin dejar rastro, y presiento que también corremos hoy día el mismo peligro, justo ahora mientras conversamos.

Volcando mi inquietud en Internet lo primero que encuentro es algo que no debió haberme sorprendido: el proyecto Planetas, que no es de ninguna editorial ni tiene que ver con ValeTV, la serie Viaje a las Estrellas, la película Día de Independencia ni con Laureano. Planetas es una propuesta de varios investigadores europeos que depositaron en un búnker secreto de los Alpes suizos un “genoma digital” que servirá de modelo a las generaciones futuras para leer los datos almacenados con tecnología obsoleta, o sea la actual. Es como una “cápsula del tiempo” depositada al final de un laberinto de túneles y cinco zonas de seguridad en una cámara acorazada, cerca de las pistas de esquí de Gstaad. Los planes son que ahí permanezca por los próximos 25 años. Apenas 25 años. Según un artículo en laflecha.net “Ya se han creado alrededor de 100 gigas de datos —el equivalente a 24 toneladas de libros— por cada individuo del planeta, que van desde las fotos de las vacaciones hasta los registros sanitarios, (…) esto equivale a más de un trillón de CDs con datos.”

“La información de un libro está siempre a mano, pero aunque un CD o DVD puede durar unos 20 años, nada nos garantiza que existan los equipos para poder reproducir los medios digitales mencionados llegado el momento.” Luego el artículo remata con esta perla: “Mientras los avances tecnológicos ayudan a las personas a vivir más tiempo, el periodo de la tecnología se acorta, lo que supone que la Unión Europea pierde activos de información digital por valor de al menos 3 billones de euros al año...”

Reflexionando acerca del tema viene a mi mente una película con la que ocasionalmente me tropiezo dentro de la omnicomplaciente programación de SuperCable: La Máquina del Tiempo, basada en la novela homónima de H. G. Wells, en la que un científico del siglo XIX viaja al año 802.701, punto en el cual se encuentra con una sociedad hedonista que disfruta un mundo idílico, en el que bibliotecas abandonadas llenas de libros hechos polvo son el único vestigio de una civilización sin pasado y sin respuestas. Respuestas que finalmente encuentra en unos curiosos anillos que “hablan” cuando se les hace girar sobre una mesa, pero que no aportan nada nuevo como tecnología duradera.

Entonces, ¿podrá alguien dentro de cinco mil años leer este artículo? ¿Dentro de mil o de quizás cien años? En mi casa conservo libros que tienen cerca de un siglo y aún están en muy buen estado pero, aunque hay escritos considerablemente anteriores, el libro impreso más antiguo que existe es “El Sutra del Diamante”, de origen chino, y cuya edad ha podido estimarse en 1142 años, lo que ni siquiera se aproxima a la durabilidad de las tablillas de escritura cuneiforme que podemos apreciar en el museo Británico y que fueron creadas en barro hace más de 5000 años. ¿Han tenido estas tablillas, legado de la civilización Sumeria, mejor oportunidad de perdurar que la que podrán tener, por ejemplo, los libros de Stephen King?

Hay que tener algo claro, apartando los cuidados que le doy a mi pequeña colección de libros, todos los casos citados son excepcionales: ejemplares únicos mantenidos en bibliotecas o institutos especializados bajo condiciones especiales. La realidad contemporánea la revela en su blog “El Vino y la Hiel” el escritor Agustín Cadena: “...por la calidad de los papeles y encuadernaciones que emplea hoy la industria editorial, el promedio de vida de un libro en edición de bolsillo es de 30 años. Las ediciones de pasta dura podrían durar algunas décadas más.”

Ahora en cuanto a la conservación de imágenes, muchos mantenemos antiquísimas fotos en el álbum familiar que prometen durar para siempre, al igual que las viejas películas de cine casero que, aunque de poca duración, han resultado razonablemente duraderas. Pero hoy casi nadie usa cámaras que no sean digitales.

Atrás quedaron las cintas del formato Betamax y pronto les seguirán las de VHS. Igual ocurre con los documentos guardados en los prehistóricos disquetes de 8 pulgadas de los setenta, los menos olvidados 5¼ que usa la computadora de la estación Swan de la serie Lost y los ya casi extintos disquetes de 3½.

Entonces, ¿cómo sobrevivirá nuestro legado cultural? Pues yo creo que como lo ha hecho hasta ahora, en bibliotecas, muchas y redundantes. La biblioteca nacional de cada país exige, como lo hacía la de Alejandría hace tantos siglos, que cada obra que se distribuya, cuente con al menos una copia en sus archivos. El famoso “depósito legal”.

En lo personal, mis textos y archivos importantes, más allá de respaldarlos en los efímeros CDs o DVDs, los mantengo en un disco duro virtual, aunque de capacidad muy limitada, como Google Documents, o simplemente me los envío a mi cuenta de correo y ruego porque Hotmail y Google sobrevivan más allá de lo previsto.

Poco tiempo después, durante una suplencia que hice a un compañero de la estación de radio en que trabajo, coincido de nuevo con Laureano Márquez. Terminado el programa espero la oportunidad para comentarle mis hallazgos, momento en el cual mis compañeros le piden a Laureano la dedicatoria en los libros que en esta oportunidad entregaba.

- Veo que ya no escribes las dedicatorias en lápiz —comento mientras él estampaba su firma en un ejemplar.

- ¡Oye no! —contesta entusiasmado por la observación, y antes de permitirme reaccionar agregó: ¿Sabías que la tinta se inventó hace más de 2500 años y el grafito apenas en el siglo XVII?

Y luego de tanto preparar mi réplica, lo único que pude responder fue: ¿en serio?

articulo publicado en la edición de agosto/2010 en la columna "El Electrodo" de la revista "Entertainment" de Supercable

viernes, 15 de octubre de 2010

La oración del Scout

En Vale TV pasaron recientemente un micro sobre los Boy Scout y en determinado punto de esa producción nacional independiente, un grupo de miembros de esa organización aparecen tomados de mano recitando una oración, la oración del Scout. Al escuchar aquellas palabras volvieron recuerdos perdidos de mi niñez y, como maracucho cruzando el puente, "se me hizo un nudo en la garganta", en otras palabras más criollas: "se me aguó el guarapo".
Es oración muy sencilla, que cualquier niño puede fácilmente aprender, pero con tanta fuerza como para trasportar a un curtido adulto como yo, a aquel mundo infantil en el que todo era posible y mejor.

Esta es la oración del Scout:

Señor
enséñame a ser generoso
a servirte como lo mereces
a dar sin medida
a combatir sin miedo a que me hieran
a trabajar sin descanso
y a no esperar mas recompensa
que el saber que hago tu santa voluntad
Amén

miércoles, 13 de octubre de 2010

PALABRAS DE 3er TIPO

LA INFINITAMENTE RICA LENGUA ESPAÑOLA DA PARA TODO, EXCEPTO PARA CIERTOS EXPERIMENTOS QUE RECOMENDAMOS NO REALIZAR SIN LA SUPERVISIÓN DE UN PROFESIONAL

Miguel Arias S.

Una reacción bastante predecible entre los habitantes de una sociedad alfabetizada es ante una palabrota. Y si bien hay palabras y expresiones que con el paso del tiempo son incluidas en el léxico cotidiano, hay otras a las cuales cuesta acostumbrarse.
Cuando yo era más niño de lo que soy ahora, en la televisión predominaban las series infantiles y dibujos animados doblados al castellano en México y aunque ahora en ese mercado hay excelentes doblajes hechos en Colombia, Chile o Venezuela, todos comparten la misma característica: cuando se trata de programas para toda la familia se presta especial atención al lenguaje. Por supuesto hay que hacer mención aparte del mercado argentino en el cual, por ejemplo, no es recomendable ilustrar las bondades de un dentífrico con la analogía: "las conchas son como los dientes". Pero dejando a un lado esta pequeña divergencia digna de estudio, el hecho es que el contenido está muy controlado en todas las producciones que, además —a excepción de los noticiarios— prácticamente son todas pre-grabadas. Pero no siempre fue así.
En Venezuela, en la época de la televisión en blanco y negro e inicios de las transmisiones a color, abundaban los programas de variedades en vivo como De Fiesta con Venevisión, Sábado Sensacional, La Feria de la Alegría y programas cómicos como el inolvidable Show de Joselo, El Show de la Risa y El Programa sin Nombre. En estos existía la posibilidad muy real de que alguien soltara al aire alguna expresión censurada, sin querer. O queriendo.
No tengo claro en cuál fue. Era un programa cómico que se transmitía en horario estelar, para todo público. Ocurrió durante un segmento en el que aparecía un personaje muy conocido para la época, "Ponciano", quien sostenía una breve charla con otro actor, la cual concluyó así:
- Personaje 1: ¿Pero tú estás loco Ponciano?
- Ponciano: ¿Loco? ¡Loco fuera yo si comiera #¡%&$@!
El show concluyó sin mayores novedades pero, una hora más tarde, en un avance informativo del mismo canal se leía un comunicado del entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones que suspendía, indefinidamente, el programa cuestión. Entonces supe que no lo había imaginado. Ponciano había soltado una palabrota de campeonato al aire y, asumiendo en mi inocencia que nadie podía tener motivos para hacer algo así, decidí tomar medidas para que esa clase de "accidente" no me ocurriera.
Reflexionando llegué a la conclusión de que, al igual que hay quemaduras de primer, segundo y tercer grado, había varios niveles de gravedad para las malas palabras, en función a la magnitud de sus efectos.
El primer nivel reunía aquellas "moderadamente ofensivas", insultos ligeros que podían ser utilizados en charlas privadas, pequeños grupos mixtos y hasta en la mesa a la hora del almuerzo si la ocasión lo ameritaba. Sin embargo éstas no eran tolerables en escenarios de cierto nivel, en una exposición para la clase, delante de otros padres, en una reunión con la directora (que en mi caso eran bastante frecuentes) o en la iglesia. A este grupo pertenecen adjetivos como: bruto, animal, bestia, estúpido, gafo y el controvertido "cabeza e´ñame".
El siguiente nivel corresponde a palabras que pertenecen al mundo genital y escatológico, con sus acciones y efectos. Todas tenían la muy atractiva característica de aparecer en el diccionario con lacónicas pero claras definiciones, que ofrecían nuevas y desconocidas posibilidades para el niño grosero que quería estar a la moda en el exigente mundo del mal hablar. Demás está decir que el uso de estas palabras estaba terminantemente prohibido en público y sólo se podía adquirir experiencia en su manejo charlando con los amigos más cercanos de la calle o el colegio, lejos del alcance de los adultos.
El último nivel correspondía a "graves ataques verbales" de enormes consecuencias, por lo que sólo debían ser usadas en caso extremo por personal calificado. Consistían en frases construidas con elementos de los niveles previamente explicados y palabras de uso cotidiano como madre, hijo, etc. siempre a discreción del mal hablado.
Fue así como, con esta avanzadísima e infalible clasificación, mi lista siempre creciente de palabrotas y mis siete años, decido avanzar resuelto, seguro y confiado hacia el mundo de las relaciones personales, consciente y alerta de las malas palabras y sus usos.
Pasados algunos días, durante un recreo en el colegio, escucho a un muchacho de más edad recitar un verso que me pareció genial e hilarante. Eran risas garantizadas en unas pocas frases fáciles de recordar. Y lo más importante: no contenía ninguna de mi lista de palabrotas. Ninguna.
No podía dejar pasar esta oportunidad, así que la memoricé e hice varias exitosas pruebas con otros niños para verificar la efectividad de mi nueva adquisición lingüística antes de llevarla al siguiente nivel… camino a la radio, la TV y la gloria.

Con gran expectativa ya sentado a la mesa con mis padres y hermanos, esperé el momento oportuno. Decidí que sería durante el postre. Entonces, sin anuncio previo, me pongo de pié, retrocedo un paso desde mi sitio en la mesa y suelto esta perla:

¡Oh reina de la violeta!
Bájame la bragueta

Hasta el último botón
Y si ves un tiburón

No te asustes que es el mío
Igual al de tu tío

Peludo y cabezón


No voy a abundar en detalles de lo que ocurrió a continuación porque la verdad no lo recuerdo bien. No sé si pensé que había temblado o alguien gritó "¡fuego!" mientras declamaba. Tampoco me pegaron, eso si es seguro. En medio de mi desconcierto por la reacción que tuvo mi largamente practicada declamación, continuaban las risas, los comentarios, las caras de reproche y los pulgares arriba de mis hermanos mayores. Y también pensé que, o el mundo no estaba preparado para tanta gracia y salero o que, a pesar de mis esfuerzos, yo no era más que otro Ponciano, víctima de mi primer gran malentendido.


articulo publicado en la edición de julio/2010 en la columna "El Electrodo" de la revista "Entertainment" de Supercable