miércoles, 13 de octubre de 2010

PALABRAS DE 3er TIPO

LA INFINITAMENTE RICA LENGUA ESPAÑOLA DA PARA TODO, EXCEPTO PARA CIERTOS EXPERIMENTOS QUE RECOMENDAMOS NO REALIZAR SIN LA SUPERVISIÓN DE UN PROFESIONAL

Miguel Arias S.

Una reacción bastante predecible entre los habitantes de una sociedad alfabetizada es ante una palabrota. Y si bien hay palabras y expresiones que con el paso del tiempo son incluidas en el léxico cotidiano, hay otras a las cuales cuesta acostumbrarse.
Cuando yo era más niño de lo que soy ahora, en la televisión predominaban las series infantiles y dibujos animados doblados al castellano en México y aunque ahora en ese mercado hay excelentes doblajes hechos en Colombia, Chile o Venezuela, todos comparten la misma característica: cuando se trata de programas para toda la familia se presta especial atención al lenguaje. Por supuesto hay que hacer mención aparte del mercado argentino en el cual, por ejemplo, no es recomendable ilustrar las bondades de un dentífrico con la analogía: "las conchas son como los dientes". Pero dejando a un lado esta pequeña divergencia digna de estudio, el hecho es que el contenido está muy controlado en todas las producciones que, además —a excepción de los noticiarios— prácticamente son todas pre-grabadas. Pero no siempre fue así.
En Venezuela, en la época de la televisión en blanco y negro e inicios de las transmisiones a color, abundaban los programas de variedades en vivo como De Fiesta con Venevisión, Sábado Sensacional, La Feria de la Alegría y programas cómicos como el inolvidable Show de Joselo, El Show de la Risa y El Programa sin Nombre. En estos existía la posibilidad muy real de que alguien soltara al aire alguna expresión censurada, sin querer. O queriendo.
No tengo claro en cuál fue. Era un programa cómico que se transmitía en horario estelar, para todo público. Ocurrió durante un segmento en el que aparecía un personaje muy conocido para la época, "Ponciano", quien sostenía una breve charla con otro actor, la cual concluyó así:
- Personaje 1: ¿Pero tú estás loco Ponciano?
- Ponciano: ¿Loco? ¡Loco fuera yo si comiera #¡%&$@!
El show concluyó sin mayores novedades pero, una hora más tarde, en un avance informativo del mismo canal se leía un comunicado del entonces Ministerio de Transporte y Comunicaciones que suspendía, indefinidamente, el programa cuestión. Entonces supe que no lo había imaginado. Ponciano había soltado una palabrota de campeonato al aire y, asumiendo en mi inocencia que nadie podía tener motivos para hacer algo así, decidí tomar medidas para que esa clase de "accidente" no me ocurriera.
Reflexionando llegué a la conclusión de que, al igual que hay quemaduras de primer, segundo y tercer grado, había varios niveles de gravedad para las malas palabras, en función a la magnitud de sus efectos.
El primer nivel reunía aquellas "moderadamente ofensivas", insultos ligeros que podían ser utilizados en charlas privadas, pequeños grupos mixtos y hasta en la mesa a la hora del almuerzo si la ocasión lo ameritaba. Sin embargo éstas no eran tolerables en escenarios de cierto nivel, en una exposición para la clase, delante de otros padres, en una reunión con la directora (que en mi caso eran bastante frecuentes) o en la iglesia. A este grupo pertenecen adjetivos como: bruto, animal, bestia, estúpido, gafo y el controvertido "cabeza e´ñame".
El siguiente nivel corresponde a palabras que pertenecen al mundo genital y escatológico, con sus acciones y efectos. Todas tenían la muy atractiva característica de aparecer en el diccionario con lacónicas pero claras definiciones, que ofrecían nuevas y desconocidas posibilidades para el niño grosero que quería estar a la moda en el exigente mundo del mal hablar. Demás está decir que el uso de estas palabras estaba terminantemente prohibido en público y sólo se podía adquirir experiencia en su manejo charlando con los amigos más cercanos de la calle o el colegio, lejos del alcance de los adultos.
El último nivel correspondía a "graves ataques verbales" de enormes consecuencias, por lo que sólo debían ser usadas en caso extremo por personal calificado. Consistían en frases construidas con elementos de los niveles previamente explicados y palabras de uso cotidiano como madre, hijo, etc. siempre a discreción del mal hablado.
Fue así como, con esta avanzadísima e infalible clasificación, mi lista siempre creciente de palabrotas y mis siete años, decido avanzar resuelto, seguro y confiado hacia el mundo de las relaciones personales, consciente y alerta de las malas palabras y sus usos.
Pasados algunos días, durante un recreo en el colegio, escucho a un muchacho de más edad recitar un verso que me pareció genial e hilarante. Eran risas garantizadas en unas pocas frases fáciles de recordar. Y lo más importante: no contenía ninguna de mi lista de palabrotas. Ninguna.
No podía dejar pasar esta oportunidad, así que la memoricé e hice varias exitosas pruebas con otros niños para verificar la efectividad de mi nueva adquisición lingüística antes de llevarla al siguiente nivel… camino a la radio, la TV y la gloria.

Con gran expectativa ya sentado a la mesa con mis padres y hermanos, esperé el momento oportuno. Decidí que sería durante el postre. Entonces, sin anuncio previo, me pongo de pié, retrocedo un paso desde mi sitio en la mesa y suelto esta perla:

¡Oh reina de la violeta!
Bájame la bragueta

Hasta el último botón
Y si ves un tiburón

No te asustes que es el mío
Igual al de tu tío

Peludo y cabezón


No voy a abundar en detalles de lo que ocurrió a continuación porque la verdad no lo recuerdo bien. No sé si pensé que había temblado o alguien gritó "¡fuego!" mientras declamaba. Tampoco me pegaron, eso si es seguro. En medio de mi desconcierto por la reacción que tuvo mi largamente practicada declamación, continuaban las risas, los comentarios, las caras de reproche y los pulgares arriba de mis hermanos mayores. Y también pensé que, o el mundo no estaba preparado para tanta gracia y salero o que, a pesar de mis esfuerzos, yo no era más que otro Ponciano, víctima de mi primer gran malentendido.


articulo publicado en la edición de julio/2010 en la columna "El Electrodo" de la revista "Entertainment" de Supercable

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